Se sabe que las mariposas viven por poco tiempo, las más resistentes pueden alargar su ciclo vital un par de meses. Sin embargo, todas las que habían nacido en mi interior, y revoloteaban inquietas cuando me encontraba con Oriana, sufrieron una muerte prematura. Mi estómago se había convertido en un cementerio de mariposas. Qué asco.

Visto desde afuera, Buenos Aires parecía una jungla colmada de animales salvajes que competían ferozmente por lograr sus objetivos personales, por alcanzar una presa.

Observé el cielo, preguntándome si realmente habría algo allí; un paraíso, un infierno, casitas de nube, ciudades voladoras o simplemente la nada misma.

Pero el tiempo no se detuvo. Y poco después de la medianoche, cada uno debió regresar a su hogar.Se despidieron con la última sombra de sus sonrisas que se desvanecería tan pronto como se separasen en la esquina del café.

Anahí era distinta. Ni la muerte ni aquella ciudad lograrían jamás arrebatarle los colores a su alma.

Con lluvia llegó, con lluvia se marchaba. Y con el amargo sabor a soledad que la acompañó durante esos tres días, Anahí dobló en una esquina y se esfumó. Su tiempo había acabado.

Por la noche, las luces de los hogares destellaban en la oscuridad como luciérnagas eléctricas detenidas en el tiempo.

El sol y la luna atestiguan, distantes, el comienzo de muchos finales.

Ella sonreía, ingenua,mientras el mundo entraba en guerra.Un hombre planeaba matarlay ella seguía sonriendo,ciega, ante la proximidad de la tormenta.